LA CUARESMA: Dia 38 - El Escogio Los Clavos: El Regalo de los Lienzos del Sepulcro

LA CUARESMA: Dia 38 - El Escogio Los Clavos: El Regalo de los Lienzos del Sepulcro

Jueves, Abril 13 2017

Querid@s amig@s: la reflexión de hoy es larga – les pido paciencia y perseverancia – créanme: vale la pena leerla y meditarla …

Cuando uno se reúne con su familia o con sus amigos, ¿de qué se habla? ¿Por qué se escoge esos temas? ¿Una vez has tenido una charla sobre “trajes fúnebres”?  ¿Cómo te parece la idea? ¿Interesante? ¿Divertido? A nadie le gusta hablar de trajes fúnebres. Nadie trata este tema. ¿Has tratado alguna vez de amenizar la charla durante la cena con la pregunta: ¿Qué ropa te gustaría usar cuando estés en el ataúd?

El apóstol Juan, sin embargo, fue una excepción. Pregúntale, y te dirá cómo llegó a ver la vestimenta fúnebre como un símbolo de triunfo. Pero no siempre la vio de esa manera. Ellos acostumbraban ver un recordatorio tangible de la muerte de su mejor amigo, Jesús, como un símbolo de tragedia. Pero el primer domingo de resurrección Dios tomó la ropa de la muerte y la hizo un símbolo de vida.
 
¿Podría Él hacer lo mismo contigo? Todos enfrentamos la tragedia. Es más, todos hemos recibido los símbolos de la tragedia. Los tuyos podrían ser una cita de despedida de parte de tu jefe de trabajo, una cicatriz o un dolor crónico, un reten inesperado de la guerrilla, una llamada de la policía o de un hospital … No nos gustan estos símbolos, ni tampoco los buscamos. Como restos de autos en un cementerio de vehículos, afligen nuestros corazones con recuerdos de días malos.
 
¿Podría Dios usar estas cosas para algo bueno? ¿Hasta dónde podemos ir con versículos como: “En todas las cosas Dios obra para el bien de los que le aman” (Romanos 8:28)? ¿Incluiría ese “todas las cosas” el desempleo, un accidente, una enfermedad terminal, un secuestro, la muerte misma? Juan podría responder que sí. Juan te podría decir que Dios puede tornar cualquier tragedia en triunfo si esperas y velas.”

Lean Juan 19:38-42.

“Aquí vemos a dos hombres, José de Arimatea y Nicodemo, que, mientras Jesús estaba vivo, eran temerosos, pero ahora en su muerte, son valientes. Ahora se disponen a servirle. Van al cerro para llevar el cuerpo de Jesús. Lo envuelven con especias y tela de lino. Y lo sepultan. Pilato los había autorizado. José de Arimatea había donado una tumba. Nicodemo había comprado las especias y la tela.
 
Juan dice que Nicodemo llevó unos 34 kilos (!) de mirra y aloe. No deja de llamar la atención la cantidad, pues tantas especias para ungir un cuerpo correspondían a lo que se hacía solo con los reyes. Interesante, ¿no? Juan comenta también sobre la tela porque para él era un cuadro de la tragedia del viernes.

¿Podía haber para Juan mayor tragedia que un Jesús muerto? Tres años antes, Juan había dado las espaldas a su carrera y apostado todo al carpintero de Nazaret. Al principio de la semana, había disfrutado de un imponente desfile cuando Jesús y los discípulos entraron a Jerusalén. Pero cuán rápido había cambiado todo. La gente que el domingo le había llamado rey, el viernes pedía su muerte y la de sus seguidores. Estos lienzos eran un recordatorio tangible que su amigo y su futuro estaban envueltos en tela y sellados detrás de una roca.

Ese viernes, Juan no sabía lo que tú y yo sabemos ahora. El no sabía que la tragedia del viernes seria el triunfo del domingo. Posteriormente, Juan habría de confesar lo que escribió en Juan 20:9, “Porque aun no habían entendido la Escritura, que era necesario que Él resucitase de los muertos.”
 
Por eso es que lo que hizo el sábado es tan importante.

No sabemos nada sobre ese día; no tenemos un versículo para leer ni conocimiento alguno para compartir. Todo lo que sabemos es esto: cuando llegó el domingo, Juan todavía estaba presente. Cuando Maria Magdalena vino buscándole, lo encontró. 

Jesús estaba muerto. El cuerpo del Maestro estaba sin vida. El amigo y el futuro de Juan estaban sepultados. Pero Juan no se había ido. ¿Por qué? ¿Estaba esperando la resurrección? No. Hasta donde sabia, aquellos labios se habían silenciado para siempre, y aquellas manos se habían quedado quietas para siempre. Juan no esperaba que el domingo hubiera una sorpresa. Entonces, ¿por qué estaba allí? ¿Por qué no se fue? ¿Quién iba a decir que los hombres que crucificaron a Jesús no vendrían también por él? Si ya, supuestamente, no había futuro con Jesús, ¿por qué no regreso a Galilea a pescar? ¿Será que estaba cuidando a la madre de Jesús? ¿Será que no tenía ánimos para irse, y por ahora solo quería estar reunido con los demás discípulos, recordando una vida que ya se había acabado?

¿O será que se quedó porque amaba a Jesús? Para otros, Jesús era un hacedor de milagros. Para otros, Jesús era un Maestro de la enseñanza. Para otros, Jesús fue la esperanza de Israel. Pero para Juan, Él fue todo esto y más. Para Juan, Jesús era un amigo. Y a los amigos no se los abandona, ni siquiera cuando hayan muerto. Por eso Juan permaneció cerca de Jesús.

Además, Juan acostumbraba estar cerca de Jesús. Estuvo cerca de Él en el aposento alto (Juan 13:23). Estuvo cerca de Él en el Jardín de Getsemaní (Marcos 14:33). Estuvo cerca de Él a los pies de la cruz durante la crucifixión (Juan 19:25-27). Y finalmente, Juan se mantuvo cerca del sepulcro. ¿Entendió él a Jesús? No. ¿Le agradó lo que Jesús hizo? No. ¿Pero abandonó a Jesús? No.

¿Y tú? ¿Qué haces tú cuando estás en la posición de Juan? ¿Cómo reaccionas cuando en tu vida es “sábado”? ¿Qué haces cuando estás en algún punto entre la tragedia de ayer y la victoria de mañana? ¿Te apartas de Dios, o te quedas cerca de Él? Juan decidió quedarse. Y porque se quedó el sábado, estaba allí el domingo para ver el milagro.
 
Lean Juan 20:1-10.
 
¿Qué vio Juan ese domingo de resurrección? Vio “los lienzos puestos allí”. Vio “el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte”. El original griego ofrece una interesante ayuda en cuanto a esto. Juan emplea un término que quiere decir “enrollado” o “doblado”. Los lienzos que envolvieron el cuerpo de Jesús no habían sido arrancados y desechados. Estaban intactos, enrollados y doblados, como habían estado al conseguirlos para envolver el cuerpo. ¿Por qué? Si sus amigos habían sacado el cuerpo de allí, ¿no se habrían llevado también la tela que lo envolvía? Y si hubiesen sido los enemigos, ¿no habrían hecho lo mismo? Si no, si por alguna razón amigos o enemigos hubieran desenvuelto el cuerpo para llevárselo, ¿habrían sido tan meticulosos como para dejar la tela desechada en forma tan ordenada? Por supuesto que no. Entonces, si ni amigos ni enemigos se llevaron el cuerpo, ¿quién lo hizo? Esta era la pregunta de Juan. Pero al ver los lienzos “puestos allí” y el sudario “enrollado en un lugar aparte”, ¿cuál fue la reacción de Juan? Según Juan 20:8, “vio, y creyó”.
 
A través de las telas de muerte, Juan vio el poder de la vida. ¿Sería posible que Dios usara algo tan triste como es el entierro de alguien para cambiar una vida? Pero Dios acostumbra hacer cosas así: por ejemplo, un instrumento de muerte como es la cruz es un símbolo de Su amor. ¿Debería sorprendernos entonces que Dios haya tomado las envolturas de muerte para hacer de ellas el cuadro de vida?

Lo que nos lleva de nuevo a la pregunta: ¿haría Dios algo similar en tu vida? ¿Podría Él tomar lo que hoy es una tragedia y transformarla en un símbolo de victoria?  … Si Dios puede cambiar la vida de Juan a través de una tragedia, ¿podría usar una tragedia para cambiar la tuya? Con todo lo difícil que puede ser creer, tú podrías estar a solo un “sábado” de una resurrección. (ML)

 
(Libro por Max Lucado, Reflexión por Beverly Ramirez)
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