LA CUARESMA 2024: Dia 20 - VIDA DE CRISTO

LA CUARESMA 2024: Dia 20 - VIDA DE CRISTO

LA CUARESMA 2024: DIA 20 – Jueves Marzo 7

 

“El siguiente tema que ocupó la atención de nuestro Señor en la noche de su agonía fue el del Espíritu Santo… El Espíritu había desempeñado un papel muy importante en su vida. Juan Bautista había predicho dos cosas acerca de Cristo: primero, que era el Cordero de Dios y quitaría los pecados del mundo; y segundo, que bautizaría a sus discípulos con el Espíritu Santo y con fuego. El derramamiento de su sangre era para los pecadores; el don del Espíritu era para sus seguidores amantes y obedientes.

 

Comenzó por decirles que su muerte acaecería al día siguiente; ya no le verían más con los ojos de la carne. Había de transcurrir un poco más de tiempo, es decir, el tiempo comprendido entre su muerte y su resurrección, para que volvieran a verle, glorificado, con sus ojos corporales. Su pérdida, les aseguró, les sería compensada por una bendición mucho más grande que su presencia en la carne.

 

Les aseguró Jesús que, aunque ahora estaban apesadumbrados, aquella hora sería breve, el tiempo suficiente para que Él pudiera demostrar el poder que ejercía sobre la muerte y subir a donde estaba el Padre. Cuando Él entrara en aquella hora, ellos estarían tristes, entanto que se alegrarían sus enemigos o el mundo. El mundo creería que había acabado con Él para siempre. Sin embargo, el pesar de sus escogidos sería transitorio, ya que la cruz había de preceder a la corona. “En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y os lamentaréis, pero el mondo se regocijará: estaréis tristes, pero vuestro dolor se convertirá en gozo.” (Juan 16:20)

 

Los dolores de la cruz son los precursores de los gozos de la resurrección. Es preciso compartir también su gloria. De momento sentían tristeza porque ya no le verían en la carne, pero su gozo les vendría por medio de una reanimación espiritual, y aquel gozo poseía un carácter permanente que el mundo no lograría hacerles perder. El Salvador describió la causa de este gozo definitivo que habían de sentir los apóstoles, como el Consolador o Paráclito que Él les enviaría: “Yo rogaré al Padre, el cual os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; todavía un poco, y el mundo no me verá; vosotros, empero, me veréis; por cuanto yo vivo, vosotros viviréis también. En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.” (Juan 14:16-20)

 

Ahora les prometía otro Consolador o uno que abogara por ellos. De la misma manera que Él sería abogado de ellos ante Dios en el cielo, así el Espíritu que moraba en ellos defendería la causa de Dios en la tierra y sería su abogado. El divino secreto que ahora les revelaba era que su pérdida se vería compensada con creces por la bendición de la venida del Espíritu Santo. El Padre había hecho una doble revelación de sí mismo; el Hijo era su imagen que andaba en medio de los hombres… Por medio del Espíritu, el Padre y el Hijo enviarían un poder divino que moraría con ellos y haría un templo de sus cuerpos… Su presencia continua sobre la tierra habría significado una presencia localizada; la venida del Espíritu Santo significaría que Él podía estar en medio de todos los hombres que quisieran ser incorporados a Él.

 

A continuación les explicó que el Espíritu les enseñaría nuevas verdades recordándoles las antiguas y les recordaría las antiguas al enseñarles las nuevas… “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo cuanto os he dicho.” (Juan 14:26)

 

Así como el Hijo había dado a conocer al Padre, el Espíritu daría a conocer al Hijo; así como el Hijo había glorificado al Padre, el Espíritu glorificaría al Hijo. Fue ciertamente sólo después de la resurrección y de la venida del Espíritu Santo cuando los apóstoles recordaron las cosas que Él les había dicho y también llegaron a entender cabalmente el significado de la cruz y la redención.”

 

 

(Capitulo 39, pgs. 356 – 366)

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