LA CUARESMA 2024: Dia 27 - VIDA DE CRISTO

LA CUARESMA 2024: Dia 27 - VIDA DE CRISTO

LA CUARESMA 2024: DIA 27 – Viernes Marzo 15

 

“Entre tanto, ¿qué había sido de Judas?... Cristo fue entregado a sus enemigos por uno de los suyos. El mayor daño no procede siempre de nuestros enemigos, sino de quienes han crecido en medios que se apellidan de Cristo. Las flaquezas de los amigos de dentro dan ocasión para que ataquen los enemigos de fuera.

 

El odio que Judas abrigaba contra nuestro Señor era debido al contraste que existía entre su propio pecado y la virtud de su divino Maestro. En Otelo, dice Yago acerca de Casio: “Tiene en su vida una belleza cotidiana que hace que yo parezca feo.” El disgusto que Judas sentía contra sí mismo se descargó contra uno que le hacía sentirse incómodo debido a la bondad que irradiaba.

 

La traición se efectuó con un beso. Cuando la maldad quiere destruir la virtud y cuando alguien quiere crucificar al Hijo de Dios, se siente la necesidad de hacer proceder la malvada acción de ciertas muestras de afecto. Con los mismos labios traidores, Judas honraría y renegaría de la Divinidad. Sólo una palabra recibió en respuesta a su beso: “Amigo”. Fue la última vez que nuestro Señor habló a Judas. De momento, no era el traidor, sino el amigo. Tuvo tiempo de reconciliarse con el Maestro, pero desdeñó la ocasión.

 

“Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, lleno de remordimiento, devolvió los treinta siclos de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “¡Pequé entregando sangre inocente!” (Mateo 27:3-4)

 

En el texto griego de los evangelios las palabras que sirven para indicar el arrepentimiento de Pedro y el arrepentimiento de Judas, respectivamente, son diferentes. La palabra usada en relación con Judas significa solamente un cambio de sentimientos, un pesar por las consecuencias de su acción, un deseo de deshacer lo que ya está hecho. Esta clase de arrepentimiento no pedía perdón… Evidentemente, el diablo “le dejó por unos momentos”, lo cual dio a Judas oportunidad para lamentar su mala acción y devolver el dinero. Pero más tarde volvió a él el diablo para empujarle a la desesperación.

 

La sentencia contra nuestro Señor produjo un doble efecto: uno sobre Judas, el otro sobre los príncipes de los sacerdotes miembros del sanedrín. En Judas produjo el efecto de la tiranía de la culpa, por medio de la agonía y congoja de su conciencia. Las treinta monedas de plata que llevaba en la bolsa resultaron para él insoportablemente pesadas; corrió al templo, sacó de ella los treinta siclos y con un gesto lleno de sarcasmo y desesperación los arrojó haciéndolos rodar por el suelo del santo lugar. El desprenderse de la ganancia obtenida con su traición era señal de que no se había hecho más rico por lo que había ganado, y de que era infinitamente más pobre que antes debido a la forma como había ganado aquel dinero.

 

Nadie ha vendido o negado jamás a Jesús a cambio de un placer efímero o una recompensa temporal sin que al mismo tiempo se haya dado cuenta de que se desprendía de Él a un precio infinitamente irrisorio, comparado con su verdadero valor. Cuando Judas realizó la venta, le pareció haber hecho un pingüe negocio. Después, devolvió el dinero al templo y arrojó las monedas de plata, que rodaron tintineando por el suelo, porque ya no deseaba el dinero que había ganado. Se había estafado a sí mismo. Los frutos del pecado jamás compensan de la pérdida de la gracia. Ahora el dinero aquel ya no valía para nada, salvo para comprar un campo “de sangre”.

 

Los siclos quedaron en el suelo del templo donde Judas los había tirado. Los jefes de los sacerdotes odiaban este dinero tanto como a Judas, su miserable instrumento. Éste trató de culpar al sanedrín, pero éste inculpó a su vez a Judas… Pero aquel dinero no podía dejarse en el suelo del templo, así que los jefes de los sacerdotes lo recogieron, diciendo: “No es lícito echarlo en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Mas, habida consulta, compraron con él el Campo del Alfarero, para sepultura de extranjeros. Por lo cual aquel campo ha sido llamado Haceldama (campo de sangre) hasta el día de hoy.” (Mateo 27:6-8)

 

Judas se arrepintió con relación a sí mismo, pero no con relación al Señor. Sentía aversión por los efectos de su pecado, mas no por su pecado mismo. Todo puede ser perdonado, salvo el rechazar el perdón… Su remordimiento era un odio a medias, y el odio a medias tiende al suicidio.

 

Cuando un hombre se odia a sí mismo por lo que ha hecho, pero carece de arrepentimiento con respecto a Dios, puede que algunas veces se golpee el pecho cual si de él quisiera borrar el pecado. Sin embargo, existe una diferencia infinita entre el que se golpea el pecho por disgusto contra sí mismo y el que hace lo mismo pidiendo perdón en un humilde “mea culpa”. En ocasiones este odio a medias llega a hacerse tan intenso que conduce incluso al suicidio.

 

Judas… bajó por el valle del Cedrón… Todo lo que le rodeaba parecía hablarle de su destino y de su fin… Ató una cuerda a una rama de un árbol y se ahorcó, y en aquel momento reventó.

 

Puede trazarse un paralelo interesante entre Pedro y Judas. Existen ciertas semejanzas, pero también terribles diferencias.

 

Primeramente, nuestro Señor llamó “diablo” a ambos. Llamó “Satán” a Pedro cuando éste le reprendió porque el Maestro decía que iba a ser crucificado; llamó “diablo” a Judas en la ocasión en que Jesús prometió el Pan de Vida.

 

En segundo lugar, advirtió a ambos de su caída. Pedro dijo que, aunque otros negaran al Maestro, él no le negaría jamás. Entonces Jesús le dijo que aquella misma noche, antes de que cantara el gallo, le negaría tres veces. Judas, a su vez, fue advertido cuando el Maestro le ofreció el bocado: y también dijo, en contestación a su pregunta, que él era quien le entregaría.

 

En tercer lugar, ambos negaron a nuestro Señor: Pedro a las criadas, durante el proceso nocturno; Judas en el huerto, cuando entregó a nuestro Señor a los soldados.

 

Cuarto, nuestro Señor trató de salvar a los dos; a Pedro por medio de una mirada, y a Judas al llamarle “amigo”.

 

Quinto, ambos se arrepintieron de lo que habían hecho: Pedro salió y lloró amargamente; Judas devolvió las treinta monedas de plata y afirmó la inocencia de nuestro Señor.

 

¿Por qué, entonces, está uno a la cabeza de la lista, y el otro al final de ella? Porque Pedro se arrepintió con relación a Dios, y Judas con relación a sí mismo; la diferencia era tan grande como puede ser la que existe entre Dios y los hombres, una diferencia tan grande como la que existe entre la cruz y un diván de consultorio psicoanalítico. Judas dijo que había “entregado sangre inocente”, pero jamás deseó ser bañado en ella. Pedro reconoció que había pecado y buscó la redención; Judas conoció que había cometido un error y trató de escapar a las consecuencias, el primero de la larga muchedumbre de desertores de la cruz.”

 

 

(Capitulo 46, pgs. 419 – 423)

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