Descansen Un Poco...

Descansen Un Poco...

Lunes, agosto 27 del 2012

“Y como no tenían tiempo ni para comer, pues era tanta la gente que iba y venía, Jesús les dijo (a sus discípulos): —Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco.” (Marcos 6:31)

La semana pasada, estuvimos en Cartagena, mi esposo y yo: habíamos tenido unos meses de mucha gente yendo y viniendo, nosotros casi sin tiempo para comer – y necesitábamos ese lugar tranquilo para descansar un poco.

Para nosotros dos, Cartagena es un encanto – al menos la Cartagena que vemos cuando vamos a renovar nuestras fuerzas. Por un lado, está la playa y el mar – por otro lado, la ciudad antigua: dos lugares de belleza y de reposo para nuestras almas y nuestros cuerpos. 

La playa y el mar nos renuevan y fortalecen – caminamos por horas, nadamos como niños, nos quedamos sentados en la playa leyendo o simplemente escuchando el ir y el venir de las olas.
                    

      

La ciudad antigua es una maravilla de día y de noche: calles angostas, balcones viejos llenos de veraneras, portones y ventanales históricos, lámparas de antaño, carrozas arrastradas por caballos – es un lugar mágico.

      


Sabemos bien que la Cartagena de la playa y el mar, y la Cartagena de la ciudad antigua no son la única ni la mayor realidad de esa ciudad. Estamos muy conscientes de que, en otros partes, hay mucha pobreza y necesidad, mucha basura y crimen, muchas luchas, mucho dolor y mucho sufrimiento. Pero Le damos gracias a Dios que, de vez en cuando, nos llama aparte junto con Él por un tiempo, lejos de todo lo feo y lo malo y lo difícil, para tranquilizar nuestras almas perturbadas y para descansar un poco. Nos muestra y nos recuerda que hay otra realidad en este mundo que Él creó: una realidad hermosa y bella, renovadora y restauradora – la intención original que Él tuvo en Sus propósitos eternos cuando hizo la tierra – una realidad que también nos permite ver y disfrutar.

                                                   

Entonces, la semana pasada mi esposo y yo aceptamos y agradecimos la invitación que Jesús nos hizo de ir con Él a un lugar tranquilo para descansar un poco de todo el ir y venir diario de nuestra vida familiar y ministerial. Reposamos, caminamos, nadamos, leímos, jugamos, tomamos fotos, comimos, dormimos, hablamos, nos reímos, oramos – y a veces no hicimos absolutamente nada: solo nos recostamos en la playa, dejamos que el sol nos calentara y escuchamos las olas del mar. ¡Qué regalo de Dios, qué refrigerio para nuestras vidas tan ajetreadas! ¡Regresamos a nuestro hogar y a nuestra iglesia con nuestras fuerzas renovadas como las águilas! 
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