Un Paralitico En La Playa

Un Paralitico En La Playa

Jueves, agosto 30 del 2012

La semana pasada, Dios nos regaló a mi esposo y a mí una semana de descanso y deleite en Cartagena. ¡Cómo disfrutamos cada momento de nuestros ocho días allá!

Salimos a caminar en la playa y a nadar en el mar todos los días, muy temprano por la mañana, antes de que calentara demasiado el sol. Hay pocas cosas en la vida que me gustan más que andar por horas, sintiendo la arena de la playa y el agua del mar en los pies, tomando fotos, buscando conchas y piedras, observando turistas y nativos, pájaros y barcos, y los pescadores entrando su pesca del día…

En nuestras caminatas diarias conocimos a alguien. Los primeros dos días que lo vimos parqueado en la arena de la playa, era simplemente un paralítico sentado en una silla de ruedas debajo del sol. Alguien lo traía a la playa, y allí quedaba en el sol hasta que lo volvían a recoger y llevar. Comentamos, mi esposo y yo, de su situación: sin poder moverse solo, impotente, dependiente, sin posibilidades, sin esperanza – mientras veía a todas las demás personas pasar andando o trotando o nadando, disfrutando de salud, fuerzas y libertad.

El tercer día paramos para hablar con él: no es solo “un paralítico” – tiene nombre: se llama Juan Carlos. Y charlar con él un momentico debajo del sol, nos dio unas lecciones de contentamiento que no nos esperábamos. “Hola. ¿Cómo estás?” – “Hola. Muy bien, gracias a mi Dios.” – “¿Cómo te llamas?” – “Soy Juan Carlos.” – “¿Tienes mucho calor sentado aquí?” – “No, estoy bien.” – “¿La gente te da algo cuando pasa?” – “Si, hay días que sí, y hay días que no también – pero Dios sabe, y siempre me da lo que necesito.” – “Pero, Juan Carlos, ¿sí estas bien?” – “Si señor, estoy muy bien, gracias a mi Dios.”

Mi esposo y yo lo mirábamos con asombro: nosotros tenemos manos y pies que funcionan – podemos movernos – podemos hacer muchas cosas – podemos defendernos solos, disfrutar lo que tenemos alrededor, hacer planes para el futuro. Y aun así, muchas veces nos quejamos y protestamos nuestras circunstancias.

Juan Carlos tiene las manos y los pies torcidos – no puede caminar – no puede hacer casi nada – no se puede defender solo - ¿qué planes, qué futuro podría tener? Pero, aun así, él vive agradecido y vive contento. Ha decidido estar feliz, aun con lo poco que la vida le ha dado.

Yo me quedé mirándolo, sentado todo torcido en esa silla de ruedas parqueada en la playa debajo del sol inclemente, y sentí que me decía, así como el apóstol Pablo, “…he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:11-13)

Y me sentí llena de admiración y del desafío de ser más como Juan Carlos: de regocijarme en el Señor siempre – de no afanarme por nada – de presentar todas mis oraciones delante de Dios – en todo, de vivir agradecida y contenta y fortalecida en Cristo (vs. 4,6).

Gracias, Juan Carlos, por la lección de vida que nos has dado. Me imagino que nunca sabrás que, a través del internet, tu foto y tu testimonio han tocado vidas. Pero, un día en el cielo, seguramente te darás cuenta que Dios te usó para formar un carácter de gratitud y contentamiento en algunas personas aquí en la tierra.
+ REFLEXIONES PARA LEER