La Cuaresma Dia 15 - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

La Cuaresma Dia 15 - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

LA CUARESMA DIA 15 – Viernes Marzo 17

 

“En el breve lapso de cinco días tuvieron efecto los dos pediluvios más famosos de la historia. El sábado que precedió al viernes santo, una María arrepentida ungió los pies de nuestro divino Salvador; el jueves de la siguiente semana, Él mismo lavó los pies de sus discípulos. Al no haber inmundicia en el Salvador, sus pies fueron ungidos con ungüento de oloroso nardo; pero en los pies de los discípulos había adherido todavía tanto polvo de mundanidad, que era preciso que se los lavaran.

 

“Antes de la fiesta de la pascua, conoció Jesús que había llegado su hora para salir de este mundo e ir al Padre.” (Juan 13:1) La hora de la partida es siempre una hora de expresión precipitada de afectos… Nuestro Señor se había dirigido a menudo a los apóstoles con expresiones como: “hermanos”, “ovejas mías”, “amigos”, pero en esta hora los designó como “suyos”, como para indicar el más tierno género de parentesco que le unía a ellos. Él estaba a punto de partir de este mundo, pero sus apóstoles habían de quedarse en el para predicar su evangelio y establecer su Iglesia. Él afecto que por ellos sentía era tan grande, que todas las glorias del cielo en el acto de abrirse para recibirle no podrían desviarle del cálido y compasivo amor hacia ellos.

 

Pero cuanto más se acercaba a la cruz, más disputaban los discípulos entre ellos. “Hubo también entre ellos una contienda sobre quién de ellos debía estimarse el mayor.” (Lucas 22:24) En la misma hora en que Él había de dejarles la conmemoración de su amor, y en que su amoroso corazón se sentiría lacerado por la traición de Judas, ellos se mostraban desdeñosos a su sacrificio al disputar vanamente por una cuestión de preeminencia y precedencia. Él dirigía sus ojos hacia la cruz; ellos discutían como si la cruz no significara abnegación. Su ambición los cegaba hasta el punto de que olvidaban las lecciones que Jesús les había dado acerca del poder, y creían todavía que un hombre era grande porque ejercía autoridad. Ésta era la idea de la grandeza que tenían los gentiles, pero los discípulos habían de substituir esta clase de grandeza por el servicio prestado al prójimo.

 

“Entonces Él les dijo: Los reyes de las naciones las señorean; y los que tienen sobre ellas potestad, son llamados bienhechores. Mas no así vosotros; al contrario, el mayor entre vosotros sea como el más joven, y el que es principal, como el que sirve. Porque ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es aquel que se sienta a la mesa? Pero yo soy entre vosotros como el que sirve.” (Lucas 22:25-27)

 

Nuestro Señor admitió en cierto sentido que sus apóstoles eran reyes… pero les decía que la nobleza que a ellos correspondía era la de la humildad, la de que el mayor se hiciera el más pequeño de todos. Para que comprendieran la lección les recordó la posición que Él mismo ocupaba en medio de ellos como Maestro y Señor de la mesa, y que, sin embargo, se mostraba como uno en el que se había extinguido toda señal de superioridad. En muchas ocasiones les dijo que Él no había venido para ser servido, sino para servir. La razón por la cual se convertía en el “siervo sufriente” profetizado por Isaías era la de que había de cargar con el peso de los otros, especialmente el peso de su culpa. Ahora confirmó con un ejemplo sus anteriores palabras, en que los exhortaba a que se hicieran servidores de los demás.

 

“Se levantó de la cena, se quitó su vestidura, tomó una toalla y se la ciñó. Después echó agua en un lebrillo, y empezó a lavar los pies de los discípulos, y los limpió con la toalla de que estaba ceñido.” (Juan 13:4)

 

Esta escena era un resumen de su encarnación. Levantándose del celestial banquete, en el que se hallaba unido íntimamente por su naturaleza con el Padre, puso a un lado los ropajes de su gloria, cubrió su divinidad con la toalla de su naturaleza humana… vertió el agua de la regeneración, que es su sangre derramada en la cruz para redimir a los hombres, y empezó a lavar las almas de sus discípulos y seguidores por los méritos de su muerte, resurrección y ascensión.

 

San Pablo lo expresó hermosamente así: “Existiendo en forma de Dios, no estimó con envidia la condición que lo igualaba a Dios, sino que se desprendió de ella, tomando condición de esclavo, y siendo hecho a semejanza de los hombres y comportándose como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte, en la cruz.” (Filipenses 2:6-8)

 

(Capitulo 37, pgs. 337-339)

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