La Cuaresma Dia 29 - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

La Cuaresma Dia 29 - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

LA CUARESMA DIA 29 – Lunes, Abril 3

 

“Tal vez en aquel momento Claudia, la esposa de Pilato, envió su mensaje a su marido.

 

Enviar un mensaje a un juez mientras éste se hallaba en el tribunal constituía una ofensa que merecía ser castigada, y sólo pudo decidir a Claudia a dar este paso lo horrible de la acción que veía a punto de realizarse. “Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le envió recado, diciendo: Nada tengas que ver con ese justo; porque hoy he padecido en sueños muchas cosas a causa de él.” (Mateo 27:19) Mientras las mujeres del pueblo escogido guardaban silencio, esta mujer pagana daba testimonio de la inocencia de Jesús y pedía a su marido que le tratara de manera justa… Pero, sea lo que fuere en realidad este sueño, el caso es que aquella mujer intuitiva tuvo razón, y el hombre práctico se equivocó.

 

Al ver Pilato que el preso continuaba silencioso, se irritó sobremanera, pues estaba acostumbrado a ver que los reos temblaran de miedo en su presencia. “Le dijo, pues, Pilato: ‘¿No me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para soltarte, y tengo potestad para crucificarte?’” (Juan 19.10) Pilato hablaba de su potestad para soltarle o condenarle. Pero, si el preso que tenía ante él era inocente, Pilato no tenía ninguna potestad para crucificarle; si era culpable, no tenía ninguna potestad para soltarle. El juez resultó juzgado cuando el Señor habló para contestarle que recordara que, si alguna autoridad judicial tenía no le había venido del César, sino de Dios. Pilato se había jactado de la arbitrariedad de su poder, pero Cristo le remitía a un poder que ha sido delegado a los hombres. “No tendrías potestad alguna contra mí, si no te hubiera sido dada de arriba.” (Juan 19:11) El poder de que Pilato se vanagloriaba había sido “dado”. Tanto si un gobernador, rey o gobernante lo sabe como si no, toda autoridad terrenal deriva de lo alto. “Por mí reinan los reyes”, dice el libro de los Proverbios.

 

Esta audaz respuesta de Jesús a Pilato, recordándole que se hallaba en dependencia con relación a Dios… le indujo todavía con mayor vehemencia a soltarle. Pilato salió al encuentro de la muchedumbre para volver a declarar la inocencia del reo, pero la chusma ya tenía preparada su astuta contestación: “¡Si le sueltas a éste, no eres amigo del César! Todo aquel que se hace rey, habla contra el César.” (Juan 19:12)… Resultaba realmente extraño que aquella gente, que despreciaba al César por sus matanzas, por todo el daño que les había hecho, por el modo como había profanado el templo, proclamase ahora que no tenía otro rey más que al César. Al proclamar al César como su rey, renunciaban a la idea de un Mesías y se hacían vasallos del Imperio, preparando así el camino a los ejércitos romanos que dentro de una generación destruirían a Jerusalén. El terror que le inspiraba Tiberio, pareció a Pilato algo más real que negar justicia a Cristo. Pero, al fin, los que temen a los hombres más que a Dios acaban por perder aquello que ellos confiaban que los hombres les preservarían.

 

Cuando Pilato oyó la amenaza de que informarían al César de que estaba favoreciendo a un hombre al que ellos acusaban de ser enemigo del César, se sentó en el tribunal. Señalando entonces hacia el reo, cubierto de sangre, coronado de espinas y con un manto de púrpura sobre los hombros, dijo al pueblo: “¡He aquí a vuestro rey! Mas ellos gritaron: ¡Quítale! ¡quítale! ¡Crucifícale!” (Juan 19:14-15) “Pilato les preguntó: ‘¿A vuestro rey tengo que crucificar?’ Respondieron los príncipes de los sacerdotes: ‘¡No tenemos más rey que al César!’” (Juan 19:15)

 

Y el rey les tomó la palabra… “Entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado.” (Juan 19:16)

 

La culpa por la crucifixión no puede achacarse a una sola nación, raza, pueblo o individuo. El pecado fue la causa de la crucifixión, y toda la humanidad estaba inficionada por el pecado de una manera hereditaria. Tanto los judíos como los gentiles participaron en la culpa, pero lo más importante es que el Padre celestial también fue quien entregó a su Hijo a la muerte, y tanto los judíos como los gentiles tienen parte en los frutos de la redención: “El cual ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros.” (Romanos 8:32) Entonces Pilato: “Tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: ‘Inocente soy yo de la muerte de este justo; lo veréis vosotros.’” (Mateo 27:24)… Aunque el cobarde gobernador lavara simbólicamente sus manos de la responsabilidad que tenía por haber tergiversado la justicia, la historia ha hecho oír el grito de: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.”… Ahora que Pilato se declaraba inocente de la sangre de Jesús, el pueblo exclamó: “¡Caiga su sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos!” (Mateo 27.25) Aquella sangre podía caer sobre ellos para destrucción, pero no dejaba de ser una sangre redentora. Aunque ellos se ligaban con una maldición, aquel a quien ellos crucificaban no había ratificado su sentencia.  

 

Pero en aquel momento en que era entregado por los de la tierra, después de haber sido entregado por el cielo, para que fuese crucificado, tuvo que sufrir aún otra burla: “Le desvistieron la púrpura, y le vistieron sus propios vestidos… Y le sacaron para crucificarle.” (Marcos 15:20) Fue sacado de la ciudad, lo cual era costumbre en todas las ejecuciones. El Levítico ordenaba que se diera muerte a los blasfemos fuera de la ciudad… La epístola a los Hebreos describe así este simbolismo: “Los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre es presentada por el sumo sacerdote en el santuario, como ofrenda por el pecado, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo de Dios, con su propia sangre, padeció fuera de la puerta.” (Hebreos 13:11-12)

 

Ellos querían ahora que Él muriera, pero aquello que Él era y lo que ellos odiaban no podía morir jamás.

 

“Y Él, llevando su cruz, salió a un lugar que se llama de la Calavera, y, en hebreo, Gólgota.” (Juan 19:17)

 

(Capitulo 47, pgs. 431 – 437)

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