La Cuaresma Dia 30 - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

La Cuaresma Dia 30 - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

LA CUARESMA DIA 30 – Martes, Abril 4

 

“La procesión de la cruz solía ir precedida de un trompeta para despejar el camino; luego seguía un heraldo que anunciaba el nombre del reo que era llevado al lugar de la ejecución. En ocasiones se escribía en una tabla el nombre del criminal y el motivo por el cual se le había condenado, y se le colgaba esta tabla del cuello. En la procesión figuraban también dos testigos del consejo que había sentenciado al reo. Un centurión montado a caballo, junto con un considerable destacamento de soldados, formaba también parte de la procesión… Jesús llevaba todo el peso de la cruz sobre su espalda y sus hombros, heridos ya por los crueles azotes que había recibido.

 

El domingo anterior, el pueblo le había aclamado como “Rey”; aquella mañana gritaba: “No tenemos más rey que al César.” La Jerusalén que le había saludado era ahora la Jerusalén que le repudiaba. Los sacerdotes del templo habían declarado que Jesús era maldito; por tanto, le expulsaban de Jerusalén. La ley del Levítico ordenaba que la víctima propiciatoria fuese llevada fuera de las puertas de la ciudad o del campamento. “En cuanto al novillo y el macho cabrío ofrecidos en sacrificio por el pecado, cuya sangre fue llevada al santuario para hacer el rito de expiación, se sacarán fuera del campamento, y quemarán en el fuego sus pieles y su carne y su estiércol.” (Levitico 16:27) Cristo, la víctima definitiva de la expiación por los pecados, fue llevado fuera de la ciudad lo mismo que se hacía antes con el macho cabrío de la ofrenda por el pecado. “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo de Dios con su propia sangre, padeció fuera de la puerta.” (Hebreos 13:12)

 

Temiendo que los azotes, la pérdida de sangre y la corona de espinas terminaran con su vida antes de ser crucificado, sus enemigos obligaron a un forastero, Simón de Cirene, a que le ayudara a llevar la cruz. Cirene era una ciudad de la costa septentrional de África. Pero no se sabe con seguridad la nacionalidad de Simón. Podía ser un judío, a juzgar por su nombre, o también un gentil; hasta es posible que fuera un negro africano, si se tiene en cuenta el lugar de su nacimiento… Era la primera vez que el Salvador imponía a alguien su cruz; a Simón corresponde el privilegio de ser el primero en participar de la cruz de Cristo. “Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que cargase con la cruz de Jesús.” (Marcos 15:21)… Más tarde mencionaría Pablo a los dos hijos de Simón cireneo como columnas de la Iglesia.

 

Durante su vida pública nuestro Señor enseñó que hay que responder con mansedumbre a las injurias: “Si alguno te forzare a que vayas cargado una milla, con él otras dos.” (Mateo 5:41) Puede que Simón no hubiera oído nunca tales palabras, pero no eran necesarias las palabras cuando él iba en pos de la Palabra.

 

A lo largo del camino que seguía Jesús se hallaban también muchas mujeres. Encontramos numerosos ejemplos de hombres que fueron infieles en el momento de la pasión, cuando los apóstoles se quedaron dormidos en el huerto, la traición de Judas, los tribunales judíos y de los gentiles que condenaron al Mesías, pero no hay registrado un solo ejemplo de que una mujer pidiera la muerte de Jesús. Una mujer pagana había intercedido por Él ante Pilato. Al pie de la cruz habría cuatro mujeres y sólo un apóstol. Durante su última semana, los niños gritaban: “¡Hosanna!”, los hombres: “¡Crucificadle!”, pero las mujeres “lloraban”. A las mujeres que lloraban les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, mas llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos…” (Lucas 23:28)

 

Ésta era la primera vez que nuestro Señor rompía el silencio que había estado guardando desde que le había interrogado Pilato. Fue el sermón de la pasión del Salvador, o más bien la primera parte del mismo; la segunda parte consistió en las siete palabras dichas desde la cruz. Si algún momento había en el que nuestro Señor pudiera preocuparse de sus propios sufrimientos y encontrar consuelo en las lágrimas ajenas, era este momento en que caminaba hacia el Calvario, y, sin embargo, rogó a las mujeres que no lloraran por Él… El que había llorado en Betania y cuya sangre lloraba ahora en su camino por Jerusalén, las invitaba a que no llorasen por Él, ya que su muerte era una necesidad elegida - Jesus la eligio libremente porque el hombre la necesitaba... Los lamentos superficiales de las mujeres de Jerusalén no le harían flaquear en su decidido propósito de sacrificio… Como Jesús era un sacerdote que marchaba al sacrificio, que ellas lloraran sólo en el caso de que no se aprovecharan de los frutos del mismo. De la misma manera que al resucitar de entre los muertos purificaría de muerte a la muerte misma, así ahora purificaba las lágrimas al manifestar que sólo el pecado merecía que se derramaran. Ellas lloraban por el hombre justo, pero tales lágrimas de nada le servirían en el instante de su muerte. Al rechazar tales muestras de compasión, Jesús estaba mostrando que no era un hombre al que mandaban al patíbulo, sino el Hombre-Dios que salvaba a los pecadores.

 

En ésta como en otras muchas ocasiones, Jesús invitaba a quienes le oían a que contemplaran el estado de sus propias almas. Desviaba de sí la atención, porque Él era inmaculado, para dirigirla hacia aquellos que necesitaban ser redimidos… Decia a aquellas mujeres que no debían emplear mal su compasión y sus lamentos; que miraran sus propias almas, a sus hijos, su ciudad. Él no necesitaba lágrimas, ellas sí las necesitaban.”

 

(Capitulo 48, pgs. 438 – 442)

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