Viernes de Resurreccion - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

Viernes de Resurreccion - VIDA DE CRISTO, por Fulton Sheen

VIERNES DE RESURRECCION – Viernes, Abril 21 2017

 

“A su regreso a JerusaleÌn, los dos disciÌpulos del pueblo de EmauÌs hallaron a los apoÌstoles con grados distintos de incredulidad… Los disciÌpulos de EmauÌs habiÌan visto la resurreccioÌn primero con los ojos de la mente y luego con los ojos del cuerpo. Los apoÌstoles la veriÌan primeramente con los ojos del cuerpo y luego con los de la mente…  AdemaÌs de las dudas que embargaban su aÌnimo, los disciÌpulos se hallaban presa del temor de que los representantes del sanedriÌn fueran a detenerlos acusaÌndolos falsamente de haber robado el cuerpo del Señor; por lo cual cerraron con llave las puertas de la casa. AdemaÌs, temiÌan fundadamente que el pueblo irrumpiera, como habiÌa hecho en otras ocasiones, en la casa en que se albergaban personas que se habiÌan hecho impopulares.

 

Estando cerradas las puertas, de suÌbito aparecioÌ en medio de ellos el Señor resucitado, que los saludoÌ con estas palabras: “La paz sea con vosotros.” (Lucas 24:36)… Ahora, habiendo ganado la paz por medio de su sangre en la cruz, veniÌa personalmente a ofrecerla. La paz es el fruto de la justicia. SoÌlo despueÌs de haber reparado la injusticia del pecado contra Dios era posible afirmar la verdadera paz… IsaiÌas dijo que no habiÌa paz para los malvados, porque continuamente estaÌn en enemistad consigo mismos, unos con otros y con Dios.

 

Ahora el Cristo resucitado se hallaba de pie en medio de ellos como el nuevo Melquisedec, el PriÌncipe de la Paz. Tres veces despueÌs de su resurreccioÌn daba su solemne bendicioÌn de paz. La primera fue cuando los apoÌstoles se hallaban aterrados y espantados; la segunda, despueÌs de que EÌl hubo mostrado la prueba de su resurreccioÌn; y la tercera, una semana maÌs tarde, cuando TomaÌs se hallaba tambieÌn presente.

 

De momento los apoÌstoles creyeron que veiÌan un espiÌritu, a pesar de lo que les habiÌan dicho las mujeres, del testimonio de los disciÌpulos de EmauÌs, del sepulcro vaciÌo… Su presencia, se deciÌan, no podiÌa considerarse como algo natural, ya que las puertas estaban cerradas. ReprendieÌndolos por su falta de fe, como habiÌa hecho anteriormente con los disciÌpulos de EmauÌs, les dijo: “¿Por queÌ estaÌis turbados? ¿Y por queÌ se suscitan cavilaciones en vuestros corazones?” (Lucas 24:38) Les mostroÌ las manos y los pies que habiÌan sido traspasados con clavos en la cruz; luego, su costado, que habiÌa sido abierto con una lanza, dicieÌndoles: “Palpadme y ved, porque un espiÌritu no tiene carne v huesos, como veis que yo tengo.” (Lucas 24:39)

 

AsiÌ era como seriÌa reconocido, como uno que habiÌa sido crucificado, aunque ahora estuviera en la gloria y fuera PriÌncipe y Señor. No se trataba de recordar con las llagas la crueldad de los hombres, sino maÌs bien que la redencioÌn se habiÌa obrado con dolores y sufrimiento. Si hubieran desaparecido las llagas, los hombres podriÌan llegar a olvidar que habiÌa habido sacrificio y que EÌl era al mismo tiempo el sacerdote y la viÌctima. Lo que JesuÌs queriÌa demostrarles era que el cuerpo que les estaba mostrando era el mismo que habiÌa nacido de la Virgen MariÌa, que habiÌa sido clavado en la cruz y depositado en un sepulcro por JoseÌ de Arimatea. Pero poseiÌa unas propiedades que antes no poseiÌa.

 

Pedro, Santiago y Juan le habiÌan visto transfigurado, cuando sus vestidos brillaron maÌs blancos que la nieve, pero el resto de los disciÌpulos le habiÌan visto solamente como VaroÌn de dolores. EÌsta era la primera vez que contemplaban al Señor con esta apariencia de ser resucitado y glorioso. Aquella impresioÌn de los clavos, aquel costado traspasado constituiÌan las señales inconfundibles de su batalla contra el pecado y el mal… EÌl ostentaba sus llagas como demostracioÌn de que el amor era maÌs fuerte que la muerte.

 

Si los hombres hubieran sido autorizados para formar su propia concepcioÌn del Cristo resucitado, jamaÌs le habriÌan representado con las señales y vestigios de su oprobio y agoniÌa sufridos en la tierra. Si no hubiera resucitado con los recuerdos de su pasioÌn, los hombres podriÌan llegar a dudar de EÌl en el transcurso del tiempo. Para que no cupiera la menor duda en cuanto al propoÌsito de sacrificio de su venida, les dio no soÌlo la conmemoracioÌn de su muerte la noche de la uÌltima cena, pidieÌndoles que la perpetuaran, sino que ostentoÌ sobre su persona, como Jesucristo, “el mismo ayer, hoy y siempre”, la conmemoracioÌn de su redencioÌn.

 

Pero ¿estaban los apoÌstoles convencidos? “Mientras, en su gozo, auÌn no creiÌan, y permaneciÌan pasmados, les dijo: ¿TeneÌis aquiÌ algo de comer?” (Lucas 24:41) Entonces ellos le ofrecieron parte de un pez asado y de un panal de miel. Y EÌl, tomaÌndolo, comioÌ delante de ellos. No era un fantasma lo que estaban viendo. En cierto modo creiÌan en la resurreccioÌn, y esta creencia les infundiÌa gozo; pero este gozo era tan grande, que apenas podiÌan creer en eÌl. Al principio estaban demasiado asustados para creer; ahora para creer estaban demasiado contentos. Pero nuestro Señor no cejariÌa hasta haber dado completa satisfaccioÌn a los sentidos de ellos. Comer en su compañiÌa seriÌa la prueba maÌs convincente de su resurreccioÌn… De esta manera les convenceriÌa de que era el mismo cuerpo viviente que ellos habiÌan visto, tocado y percibido; pero era al mismo tiempo un cuerpo glorificado. No poseiÌa llagas o señales de debilidad, sino maÌs bien heridas gloriosas de victoria… Esto era una promesa y una prenda de que la corrupcioÌn se convertiriÌa en incorrupcioÌn, lo mortal en inmortal, y la muerte en vida.”

 

(Capitulo 55, pgs. 499 – 502)

 

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