Dia 35 - El Escogio Los Clavos: El Regalo del Velo Rasgado I

Dia 35 - El Escogio Los Clavos: El Regalo del Velo Rasgado I

(Libro por Max Lucado, Reflexión por Beverly Ramirez)

“Imagínate a una persona de pie frente a la Casa Blanca. Mejor, imagínate tú parado frente a la Casa Blanca. Estás en la vereda, mirando a través de las rejas, sobre el césped, hacia la residencia del Presidente. Tú, bien presentado, bien peinado y los zapatos lustrados. Te diriges a la entrada. Caminas con paso firme y seguro. No podría ser de otro modo. Has venido a reunirte con el Presidente. Tienes un par de asuntos que te gustaría discutir con él:

Primero, está el color del poste que están pintando frente a tu casa. Le pedirás que suavicen un poco el azul tan brillante.

Segundo está tu preocupación por la paz del mundo. Tú estás en pro de ella. ¿Podría él lograrla?

Y finalmente, los costos de la educación son demasiado altos. ¿Podría él llamar a la oficina de administración del colegio de tus hijos para que rebajen un poco, considerando la influencia que él debe tener allí?

Todos son asuntos importantes, ¿no es cierto? No le tomaran más de unos minutos. Además, le traes algunas galleticas que él podría compartir con la primera dama y la primera mascota.

Así, con tu bolsa en la mano y una sonrisa en el rostro, te acercas al portón y le dices al guardia: Quisiera ver al Presidente, por favor.

El te pregunta tu nombre, y tú se lo das. Te mira, fija su atención en su lista y dice: No tenemos registrada su cita.

¿Hay que tener una cita previa?

Sí.

¿Cómo puedo hacerla?

A través del personal de su oficina.

¿Me podría dar su número telefónico?

No, es privado.

Entonces, ¿cómo podría hacerlo?

Es mejor que espere a que lo llamen.

Pero si no me conocen, ¿¡cómo me van a llamar?!

Entonces lo más probable es que no lo van a llamar.

Después de eso, das media vuelta e inicias el regreso a casa. Tus preguntas han quedado sin contestar y tus necesidades insatisfechas. ¡Y estuviste tan cerca! Si el Presidente hubiese salido al jardín podrías haberlo saludado y el te habría saludado a ti. Estuviste a solo unos metros de la puerta de entrada a su oficina. Pero fue como si hubieses estado a kilómetros de distancia. Tú y el Presidente estaban separados por la cerca y el guardia. ¡Había demasiadas barreras!

¿Y las barreras invisibles? Barreras de tiempo. (El Presidente demasiado ocupado.) Barreras de estatus. (Tú no tienes influencia.) Barreras de protocolo. (Tienes que ir a través de los canales correspondientes.)

Te alejas de la Casa Blanca con nada más que una dura lección. No tienes acceso al Presidente. Es decir, a menos que él tome la iniciativa. A menos que él, al verte en la vereda, se compadezca de tus problemas y le diga al jefe de su personal: ¿Ve a aquel hombre con la bolsa de galletas en su mano? Vaya y dígale que me gustaría charlar con él unos minutos.

Si él diera esa orden, todas las barreras se vendrían abajo. La Oficina Oval llamaría al jefe de seguridad, el jefe de seguridad llamaría al guardia, y el guardia te llamaría por tu nombre. Tú te detienes, te devuelves, sacas pecho y entras por la misma puerta donde, momentos antes, se te negó el acceso. El guardia es el mismo. El portón es el mismo. El personal de seguridad es el mismo. Pero la situación no es la misma. Ahora puedes entrar a donde antes no pudiste.

Y algo más. Ya tú no eres el mismo. Te sientes alguien especial, escogido. ¿Por qué? Porque el hombre de allá arriba te vio allá abajo e hizo posible que entraras.

Si, tienes razón. Es una historia fantástica. Tú y yo sabemos que tratándose del Presidente, no valdrá contener la respiración. No habrá invitaciones especiales. Pero tratándose de Dios, agarra firme tus galleticas y empieza a caminar, porque ya la invitación está hecha.” (ML)

Efesios 2:13 dice: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.”

“¿Pero cómo pudo ocurrir esto? Si no pudimos entrar para ver al Presidente, ¿cómo pudimos conseguir una audiencia con Dios? ¿Qué pasó? … Algo ocurrió en la muerte de Cristo que abrió la puerta para ti y para mí.” (ML)

Y ese “algo” descubriremos cuando seguimos mañana con la segunda parte de EL REGALO del VELO RASGADO.

Con amor de su Pastora, Beverly


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