Esperar - I

Esperar - I

Jueves, 16 de mayo del 2013

No me gusta mucho hacerlo. De hecho, la mayoría del tiempo ni sé cómo hacerlo – y por cierto no lo hago muy bien, si he logrado discernir el “cómo”. Luego, parece ser una cosa algo extraña de estar “haciendo” – porque parece ser más bien una cosa de “no-hacer” …

Estoy hablando de ESPERAR. Ese verbo que parece insinuar casi nada de acción ni de actividad. Sin embargo, en el verbo “esperar” hay sorprendentemente mucho que deberíamos de estar “haciendo”, si lo queremos “hacer” bien …

Esperar. Como seres humanos, lo hacemos todos los días, todo el día, en muchos diferentes lugares y muchas distintas situaciones. Hablando francamente, la mayoría de nosotros estamos esperando algo casi todo el tiempo.

Esperamos en filas en el banco y en el supermercado y en el cine. Esperamos en los semáforos y en los tacos de transito. Esperamos en los consultorios de los médicos y los odontólogos. Esperamos en los terminales de buses y en los aeropuertos …

Esperamos a personas, esperamos cosas, esperamos circunstancias – esperamos que sucedan, que aparezcan, que desaparezcan, que se muevan, que cambien, que crezcan …

Por todo lo que esperamos tan constantemente, uno pensaría que ya lo estaríamos haciendo con excelencia. Pero no es así. Porque esperar no es ni natural ni fácil para nosotros. Como seres humanos quebrantados y pecaminosos en un mundo quebrantado y pecaminoso, a nuestro carácter impaciente no le gusta y no quiere esperar. Y cuando lo tenemos que hacer, normalmente lo hacemos pobremente. En nuestra sociedad del microondas, de cajeros automáticos, y del mensaje instantáneo, una sociedad llena hasta el tope de comodidades modernas y de tecnología de punta, queremos y aun demandamos una gratificación inmediata. ¿Esperar unos momentos o unas horas o unos días por algo? ¡Nosotros no! ¡Nosotros lo queremos ya! Sin embargo, el esperar ocupa una parte muy grande en nuestras vidas aquí en la tierra. A veces, se nos pide esperar solo unos minutos – otras veces, luchamos mientras esperamos por años.

Y no solo nosotros, ahora, en el siglo 21. Hombres y mujeres a través de la historia han sido llamados a esperar, han luchado al esperar, y han o abandonado el proceso de la espera o han sido victoriosos en y a través de él. La Biblia está llena de tales personas y sus historias al esperar: los que claudicaron y escogieron sus propias soluciones y sus propios caminos – y los que aguantaron y triunfaron en los propósitos y los caminos de Dios.

El patriarca bíblico Abraham definitivamente fue un hombre a través del cual Dios cumplió sus grandes y maravillosos planes. Pero Abraham también fue un hombre que aprendió a esperar. De hecho, el vivió la mayoría de su vida esperando. Esperando que Dios le apareciera y le hablara – esperando que Dios le mostrara el camino a seguir – esperando que Dios cumpliera las promesas que le había hecho. Cuando tenía 75 años, Dios le apareció por primera vez: le mandó que saliera de su tierra y que dejara su familia, y que fuera a una tierra que Él le mostraría en el camino; también le prometió una descendencia de multitudes de grandísima bendición, aun siendo él y su mujer Sara ya viejos y ella también estéril. Cuando tenía 100 años, Dios por fin les dio a Abraham y Sara un hijo. Los 25 años de espera en el intermedio fueron llenos tanto de dudas como de un crecer en fe, a veces de preguntas y otras veces de un descansar en confianza, en ocasiones de escoger soluciones humanas y en otros momentos de aprender a esperar los tiempos y los caminos perfectos de Dios.

Como lo escribió tan acertadamente el “Príncipe de los Predicadores” del siglo 19, Charles H. Spurgeon: “El pueblo del Señor siempre ha sido un pueblo que espera.”

Otra gran figura del Antiguo Testamento, el Rey David, también bien entrenado en esperar a través de su vida, escribió en el Salmo 27:14, “Espera al SEÑOR; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al SEÑOR.”

No nos gusta mucho – luchamos al tener que hacerlo – a veces lo hacemos mal, otras veces lo hacemos mejor. Pero los que andamos con Dios, los que queremos andar en Sus caminos perfectos para nosotros, seguimos intentándolo: intentando esperar al Señor, intentando esforzarnos en Él, intentando alentar nuestro corazón en Él.

O Señor: ¡Sí! Ayúdanos a esperarte a Tí. Amen.
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