Verdades de Reflexiones Pasadas: La Cosa Más Rara

Verdades de Reflexiones Pasadas: La Cosa Más Rara

Martes Noviembre 22, 2022

 

Una reflexión que escribí hace muchos años ya, pero llena de crudas verdades acerca de la vida y de la muerte y de nuestra confianza en Dios que siguen vigentes hoy en día...

 

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La cosa más rara sucedió el otro día.

 

Yo estaba en la reunión semanal del Equipo Pastoral de nuestra iglesia. Juntos, estábamos estudiando el Salmo 131: comentando acerca del contentamiento de un niño alimentado y satisfecho en el seno de la mamá – reflexionando sobre la humilde y callada y esperanzada confianza de un hombre o de una mujer en Dios en medio de las, muchas veces, incomprensibles luchas y adversidades de la vida.

Luego, por una razón u otra, aunque no había pensado en este hombre en particular por muchos años y definitivamente había olvidado su nombre a través del tiempo – él llegó muy claramente a mi mente. Así no más. De la nada. Ni siquiera me puedo acordar exactamente qué estábamos hablando en ese momento que me hizo pensar en él.

 

Harold Harrington. Un pastor y un maestro de la Iglesia Presbiteriana Reformada de los EEUU, a quien había conocido a través de unos amigos en Ottawa, Canadá en los años 80. Un maravilloso hombre de Dios, sabio, amable, dulce y muy estudiado. Todavía, aun después de tanto tiempo, me acuerdo de él, mayormente por una historia demasiado triste que me contó una noche hace tantos años, y por la manera tan asombrosa e impresionante como él me la compartió.

 

Fue la historia de su hija de 8 años, Gretchen, quien salió una tarde de agosto del 1975 para la Escuela Bíblica Vacacional de la iglesia, como lo había hecho muchas veces antes – como ella nunca llegó allá – como tampoco regresó a casa – como más de doscientos voluntarios la buscaron por días después – y como por fin la encontraron, su cuerpo muerto en un parque estatal cercano …

 

Todavía me recuerdo, mejor dicho todavía puedo sentir el peso del dolor en mi corazón, cuando el Reverendo Harrington compartió su historia de agonía conmigo. El hablaba, despacio, en voz muy bajita – yo escuchaba, pasmada. Y los dos lloramos. Y yo, en mi fe todavía muy recién y bastante inmadura, luché por tratar de encontrarle sentido a una tragedia que, para mi, no tenía sentido.

 

“¿Por qué, oh Dios? ¿Por qué permitiste que esto sucediera? ¿Por qué no interviniste? ¿Cómo pudiste ver que ocurriera semejante horror a una pequeña e inocente niña? ¿Cómo pudiste permitir semejante prueba y sufrimiento en la vida de tus siervos tan fieles?” Le pregunté a Dios. Le clamé. Le peleé. Su respuesta fue silencio.

 

Entonces le pregunté al Reverendo Harrington. Y su respuesta, en medio de sus lágrimas, fue de una fe sólida y de una confianza humilde. Tampoco lo entendía. Tampoco tenía respuestas para los “por qués” y los “cómos” en todo lo que pasó. Pero me dijo que sabía en Quién había escogido creer, y que estaba convencido que era poderoso para guardar su deposito para aquel día. No, no tenía sentido. No, no era justo. Sí, dolía más que las palabras podían expresar. Sí, casi lo mata a él también. Pero, él estaba convencido de que, si parecía así o no, siempre Dios es bueno. Debería de haber estado aferrado a las palabras del Salmo 27 cuando me habló: “Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová
en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová;
esfuérzate, y aliéntese tu corazón;
sí, espera a Jehová.” (13-14) Para él, aun la muerte tan prematura y tan trágica de Gretchen hacía parte de la buena y perfecta voluntad de Dios, y aunque él no podía entenderlo para nada, estaba dispuesto a aceptarlo.

 

Con el tiempo yo aprendí que, frente a una pérdida tan incomprensible, el Reverendo Harrington había escogido la ruta – no de la arrogancia y la amargura y el odio en relación con cosas más allá de su entendimiento – sino de humildad y quietud, de confianza y de esperanza en un Dios quien conoce lo por venir desde el principio. ~Isaías 46:10 y que seguramente hace todas las cosas bien. ~Marcos 7:37 Como un niño: con un corazón humillado – no preocupado ni ansioso por cosas demasiado grandes para su mente pequeña – con un alma satisfecha, calmada y callada – y con una constante esperanza en el proveedor, el sustentador y el amor de su vida. Como dice el Salmo 116:7, “Vuelve, oh alma mía, a tu reposo,
porque Jehová te ha hecho bien.”

 

Entonces, ¿por qué esta reflexión se llama "La Cosa Más Rara"?

Bueno, una cosa rara es que yo hubiese recordado todo esto en un milésimo segundo mientras estudiábamos y reflexionábamos sobre el Salmo 131 durante nuestra reunión del Equipo Pastoral la semana pasada.

Y la cosa aun más rara es ésta: cuando yo entré al internet buscando una foto, una biografía o algo acerca de Harold B. Harrington, lo que sí encontré fueron tres sermones de él. Entré al primero, llamado Confiando Como Un Niño, y allí estaba el sabio, dulce y estudiado hombre de Dios que yo había recordado, predicando acerca del Salmo 131!

Ahora, ¿ésa no es la cosa más rara?  

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