La Madre Invisible

La Madre Invisible

La Mama Invisible

Lo Que Estas Construyendo Cuando Nadie Esta Viendo

 

Sábado, Mayo 9 del 2015


 

"Un día estaba caminando a la escuela con mi hijo Jake. Lo tenia agarrado de la mano, e íbamos a cruzar la calle cuando [un señor] le dijo, “¿Quien anda hoy contigo, hijito?” Jake encogió los hombros y dijo, “Nadie.”

 

¿Nadie? El señor y yo nos reímos. Mi hijo solo tiene 5 años, pero al cruzar la calle con él, pensé, “¿Como así? ¿De verdad? ¿Yo soy nadie?”

 

Como Nadie, entraba en un cuarto y nadie se daba cuenta. Decía algo a mi familia como “¿Podrían bajarle el volumen al televisor, por favor?” – y nada pasaba. Nadie se levantaba, y nadie buscaba el control remoto. Me quedaba parada allí por un minuto, y luego decía otra vez, con una voz más fuerte, “¿Alguien podría bajarle el volumen al televisor?” Y nada.

 

Fue en ese momento que empecé a atar cabos. Yo creo que nadie me ve.

 

Soy invisible.

 

Todo empezó a tener sentido: las miradas perdidas, la falta de reacciones, el hecho de que uno de mis hijos entre al cuarto mientras estoy hablando por teléfono para pedirme que lo lleve al centro. Dentro de mi estoy pensando: “¿Tú no puedes ver que estoy hablando por teléfono?”
Obviamente no; nadie ve que estoy en el teléfono, que estoy cocinando, que estoy barriendo la casa, o aun que esté parada en la cabeza en un rincón, simplemente porque nadie me ve, punto. 



 

Soy invisible –

la Mamá Invisible.



 

Hay días que solamente soy un par de manos, nada más. “¿Puedes arreglar esto? ¿Puedes amarrar esto? ¿Puedes abrir esto?”

Otros días no soy un par de manos – no soy ni un ser humano. Soy un reloj para preguntar: “¿Qué hora es?” O soy una guía satelital para contestar: “¿Cuál es el canal de Disney?” O soy un carro para pedir: “A las 5:30, por favor.”

Estaba segura que estas manos un día habían cargado libros, y que estos ojos habían estudiado historia, y que esta mente se había graduado con honores – pero ahora habían desaparecido en la mantequilla de maní, para nunca más ser vistos. Esa mujer se va, se va, se fue!



 

Una noche, un grupo de amigos estábamos cenando juntos, celebrando el regreso de una de nosotros de Inglaterra. Ella había hecho un paseo fabuloso, y estaba hablando y hablando del hotel de cinco estrellas donde se había quedado. Yo estaba allí sentada, mirándolos a todos, todos tan bien arreglados. Fue difícil no compararme con ellos y no sentir auto-lastima. Me estaba sintiendo bastante miserable, cuando mi amiga se volteó hacia mí, me entregó un regalo hermosamente empacado, y me dijo: “Yo te traje esto.” Fue un libro sobre las grandes catedrales de Europa. No estaba muy segura por que me había traído ese libro en particular, hasta que vi la inscripción: “Para ti, amiga mía, con admiración por la grandeza de lo que tú estás construyendo cuando nadie te está viendo…”



 

En los siguientes días, leí – no, devoré – ese libro. Y en él descubrí cuatro verdades que han cambiado mi vida, sobre las cuales podría diseñar mi labor como madre:


 

1) Nadie puede decir quienes construyeron la mayoría de las grandes catedrales – de muchos no tenemos nombres.


 

2) Estos constructores dieron toda su vida a una obra que muchas veces no alcanzaron ver terminada.


 

3) Ellos hicieron grandes sacrificios, y nunca esperaban recompensa u honores.


 

4) La pasión detrás de sus construcciones se alimentaba por su fe de que los ojos de Dios veían todo.




 

Una leyenda en el libro hablaba de un hombre rico que vino a visitar una catedral mientras estaba siendo construida, y vio un carpintero tallando un pajarito en una columna de madera. Estaba sorprendido, y le preguntó: “¿Por qué estás gastando tanto tiempo tallando un pajarito en una columna de madera que luego será cubierta por el techo? Nadie nunca lo verá.” Y el carpintero contestó: “Dios lo verá.”



 

Cerré el libro, sintiendo que había encontrado la pieza faltante. Casi escuchaba a Dios susurrándome: “Yo te veo, hija mía. Yo veo los sacrificios que haces todos los días, aun cuando nadie más los ve. Ni un acto de bondad tuyo, ni un vestido cosido, ni una torta horneada, es demasiado pequeño para que Yo no lo vea y me sonría. Tú estás construyendo una gran catedral, solo que todavía no puedes ver lo que un día será.”



 

A veces, mi invisibilidad me parece ser una aflicción. Pero no es una enfermedad que me está quitando la vida. En verdad, es el remedio para la enfermedad de mi propio ego-centrismo. Es el antídoto a mi orgullo tan fuerte y testarudo.
Puedo mantener una perspectiva correcta de mi vida, cuando me veo como una gran constructora. Como una de las personas que llegan al trabajo sabiendo que nunca lo verán terminado, para construir algo en el cual nunca verán su nombre puesto. El autor del libro dijo aun que en nuestra generación nunca se podrían construir catedrales porque ya hay tan poquita gente dispuesta a sacrificarse hasta ese punto.

 

Cuando lo pienso bien, yo no quiero que mi hijo invite a alguien a comer a la casa diciéndole al amigo: “Mi mamá madruga a las cuatro de la mañana para hornear pan, planchar el mantel de la mesa y brillar los cubiertos, y después se para en la cocina por tres horas elaborando un banquete …” Eso significaría que yo haya construido un monumento a mí misma. Solo quiero que mi hijo quiera llegar a casa. Y si decida decirles algo, que sea solamente: “Les va a gustar tanto estar en mi casa con mi familia.”



 

Como madres, estamos construyendo grandes catedrales. No podemos ver si lo estamos haciendo bien. Pero un día, seguramente el mundo se va a maravillar no solamente por lo que hemos construido, sino también por la belleza que se ha añadido al mundo por los sacrificios de las madres invisibles.

"

 

(escrito por Nicole Johnson – traducido por Bev Ramirez)


 

Piénsalo: una madre puede tocar toda una generación solo por amar bien a sus propios hijos.

 

SIGUE ADELANTE, MAMÁ –

¡¡¡ESTÁS HACIENDO UN TRABAJO GRANDIOSO!!!


+ 180° PARA LEER